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lunes, 6 de julio de 2020

Un resumen de Historia de la Filosofía.

UN RESUMEN DE HISTORIA DE LA FILOSOFÍA.
Índice:
Un resumen de la historia de la concepción de la Filosofía.
La filosofía antigua.
La filosofía medieval.
La filosofía de la Edad Moderna.
La filosofía de la Ilustración.
El idealismo alemán.
El positivismo.
La filosofía del siglo XIX.
La filosofía de la ciencia.
La filosofía del hombre.
La cuestión actual del objeto de la filosofía.

La cuestión actual de la función de la filosofía.

Un resumen de la historia de la concepción de la Filosofía.
La filosofía, entendida como ciencia o como disciplina del saber, busca dar una explicación racional e incluso última (según los principios últimos) de la naturaleza, del hombre y su actuación, y de todo tipo de conocimiento posible. Se presenta generalmente como un sistema jerarquizado de juicios de valor sobre la existencia y lo real, con el fin de orientar la actuación individual y colectiva.
La filosofía también puede seguirse de otras ciencias. En este sentido, la filosofía es la reflexión crítica sistematizada sobre los fundamentos, los límites y las orientaciones de una ciencia o un ámbito del saber. Tradicionalmente, esta reflexión se ha limitado a unos campos concretos del conocimiento y de la realidad, como filosofía de la historia, filosofía del derecho, filosofía de la ciencia o filosofía de la religión.
La filosofía es, sobre todo, un hecho cultural, pues refleja la conceptualización que de la existencia como un todo efectúa una cultura o, más ampliamente, una civilización, y se vincula a los condicionamientos sociales, económicos o psicológicos, de la cultura que integra.
A causa del carácter totalizador de la cultura, cada filosofía particular en virtud de su pretensión de erigirse en filosofía única ha tendido a extrapolar sus conclusiones, constituyendo “universales” antropológicos y cosmológicos (naturaleza humana, libertad o moral), que no siempre han sido admitidos por la antropología cuando esta relaciona diversas culturas. En este sentido, cabe distinguir, al menos, dos grandes ámbitos filosóficos: el occidental, enraizado en la filosofía griega, y el oriental, concretado en los dos grandes focos de la India y China que han proporcionado las doctrinas del hinduismo, budismo y confucianismo.
En el origen de estos dos ámbitos se advierte una vinculación de la actitud filosófica con posiciones míticas y religiosas; como direcciones de explicación del universo, asimismo, se relacionan con el enigma del mundo y de la vida, y con la pregunta sobre su origen, su composición y su destino, y a la vez comportan un conjunto de juicios de valor sobre la realidad concreta en atención al desarrollo de la más plena realización personal y el esclarecimiento de lo más allá de la apariencia.
La filosofía occidental, al desarrollar el método racional analítico, se fue disociando de la religión y reclamó autonomía respecto a cualquier autoridad y cualquier criterio externo, y estableció como único motivo de asentimiento el elemento racional o la evidencia de la realidad accesible. Asimismo, no se puede tampoco, en el ámbito occidental, hablar de una filosofía única y de una idea universal de filosofía, pues el significado de esta ha evolucionado de acuerdo con la tarea de que la especialización del saber le asignaba dentro de la cultura y, a la vez, según el concepto que los filósofos se iban haciendo. Por otro lado, la filosofía ha insistido en afirmarse como una dimensión esclarecedora de los condicionamientos y los presupuestos de todo tipo de conocimiento y como función de vigilancia respecto a las pretensiones de la ciencia y del saber en general, pero, a la vez, se ha servido también como una manifestación cultural— en sus explicaciones de las actitudes y las clasificaciones tomadas de la ciencia y de la técnica, del arte, de la economía, la historia, la lingüística o la sociología. Actualmente, la filosofía pasa por una etapa desacralizadora de su tradicional pretensión de ser la última conciencia crítica del saber, y es consciente, a la vez, del lastre que le ha comportado la vinculación con determinadas formas de organización social o religiosa y el apriorismo de las construcciones propias, alejadas de los datos científico-positivos y fundadas en presupuestos no siempre demostrables. A esta desacralización han contribuido, de un lado, la conciencia moderna de las interrelaciones existentes entre los diversos aspectos culturales y de la primacía que las funciones y las estructuras del sistema social tienen respecto a los elementos aislados de este, y, de otro lado, el hecho de que sectores antes incluidos en la filosofía (como fueron la lógica, la psicología, la cosmología o la sociología) se hayan independizado, reclamando métodos experimentales y no sólo especulativos.
Se suele distinguir la filosofía como acto y como actitud. La filosofía como acto comporta siempre una cierta sistematización, a partir y enfrente de los contenidos de otros filósofos o de otros sistemas. La filosofía como actitud, por contra, se mantiene como actitud reflexiva y crítica delante de la realidad concreta y sus problemas, sin llegar, empero, a dar un cuerpo de soluciones ni a pretender una sistematización totalizadora.
Asimismo, se puede distinguir entre la filosofía como compilación de las diversas soluciones dadas por los distintos pensadores y escuelas, y la filosofía como creación, consistente en retomar los problemas donde históricamente han quedado situados por otros filósofos. En este sentido, la historia de la filosofía coincide con la filosofía misma si se la toma como base del filosofar mismo; empero, entendida como recopilación sistemática o cronológica de los diferentes sistemas, queda reducida a una simple clasificación enciclopédica, como una información extrínseca sobre la filosofía.
Cualquier filosofía, como tal, comporta una cierta pretensión de verdad, y en este sentido la misma definición del filosofar supone un compromiso y una actitud o toma de posición. Así, los pensadores griegos entendieron la filosofía como una apropiación empática del saber, en el que intervienen el conocimiento, el valor, la medida en el comportamiento, la complacencia en el saber. De otro lado, la insistencia de según qué corriente filosófica o escuela filosófica en según qué aspecto o perspectiva determina calificaciones como las de racionalismo, empirismo o hedonismo, que corresponden a tendencias que se van repitiendo, con matices, en el curso de la historia de la filosofía.
Para los griegos, el saber y la filosofía coincidían, pero se distinguía entre un saber común, afectado de apariencia y engaño, propios de la doxa u opinión, y un saber profundo, revelador de la realidad, el epistemeo conocimiento verdadero, sea llamado sabiduría o ciencia; de aquí surgió un cierto elitismo de los filósofos y de la filosofía, que perduró hasta que las diversas ciencias ocuparon, sobre todo a partir de la Revolución Industrial, gran parte del lugar que antes ocupaba la filosofía. En tiempos de Platón y Aristóteles las ciencias empíricas se habían ya separado de este saber profundo, o “filosofía primera”, que trataba del ser de las cosas (las ideas en Platón, las causas últimas en Aristóteles). A la filosofía, por otro lado, le correspondía un doble movimiento: el ir de las cosas prácticas y concretas a lo abstracto y universal (dimensiones metafísica, lógica y crítica) y el de volver de lo abstracto a lo concreto (dimensiones verificativa, ética y cosmológica); un tercer movimiento, el de controlar los otros dos movimientos anteriores (la cuestión del método), no cobró relieve en la filosofía hasta la época moderna.
En la etapa pos-aristotélica la filosofía fue entendida como una explicitación de lo real, hecha por profesionales encargados de enseñar una técnica de reflexión y una manera de vivir (escepticismo, epicureísmo, estoicismo) y el cristianismo que era también una manera práctica de vivir y una interpretación de la vida a partir de una comprensión de fe vio desde el principio esta filosofía como limitación e incluso como oponente. La filosofía patrística fue, así, marcadamente apologética. Posteriormente, al institucionalizarse socialmente y constituirse en depositario de la cultura antigua, el cristianismo delimitó el campo de la filosofía y la razón en relación con su propia cosmovisión religiosa (escolástica). Lo mismo sucedió en el judaísmo y el islamismo. En esta perspectiva, se fue delimitando el valor simbólico del conocimiento (nominalismo), lo que, junto con la crisis de los valores sociales, políticos y religiosos de la Edad Media, impulsó a la filosofía del Renacimiento a fundamentar una nueva actitud antropocéntrica a la búsqueda de una certeza. Tanto el empirismo, más propio del pensamiento anglosajón, como el racionalismo, más propio del pensamiento “continental” y en particular del francés, intentan, así, una construcción autónoma de la razón y un método que parte del fenómeno empírico o del razonamiento, para elaborar una cosmovisión unitaria.
La filosofía del siglo XVII fue interpretada como autonomía intelectual, que buscaba un método justificativo de esta autonomía (Descartes y su duda metódica) y como sistematización del universo y de las ideas con el fin de realizar una posible unidad intelectual de la Humanidad (Leibniz).
El siglo XVIII vio en la filosofía el medio de lucha contra los perjuicios y la intolerancia, para la instauración de la primacía de la razón y del natural. De un lado, enfrente del inmovilismo representado por la metafísica, predomina el aspecto concreto del filosofar (ética, cosmología o psicología entre otras) como se evidencia en las obras de Hume sobre la naturaleza humana, el conocimiento y los principios de la moral y de la religión natural. Por otro lado, delante de la problematicidad de una concepción unitaria del conocimiento y los avances positivos de la ciencia, Kant vio la filosofía como una investigación crítica de los límites del conocimiento, esclarecedora de las condiciones de posibilidad de los juicios científicos y como método capaz de elaborar una síntesis total del saber.
La filosofía era una síntesis total del saber que intentaría más tarde el idealismo alemán del siglo XIX. Hegel constituye la culminación de la pretensión de la filosofía de erigirse en saber verdadero y absoluto; para él, la filosofía es la idea que se piensa en ella misma como una plasmación del espíritu absoluto.
La reacción de la izquierda hegeliana y del marxismo, así como la del positivismo y el pragmatismo, la de las corrientes subjetivistas (como Nietzsche y Kierkegaard) y las del vitalismo y del historicismo, son otras formas de oposición a la voluntad totalizadora de la filosofía, en un intento de ceñir a ésta dentro de unos valores parciales y concretos: para el marxismo, el de la acción transformadora de la realidad social, de la cual la filosofía es reflejo (cada organización social tiene, pues, su propia filosofía), y sin el cual la teoría no es válida; para el positivismo, el de una previsión racional, apoyada en hechos y en leyes, a partir de la subordinación de la filosofía a las ciencias sociales; para el pragmatismo, el de la utilidad, identificando la filosofía como acción; para el subjetivismo, el de la afirmación del individuo frente a la totalidad; para la filosofía de la vida, el de la espontaneidad del proceso vital, estableciendo la vida y su libertad como una categoría superior de explicación, opuesta al intento racionalizador; y para el historicismo de Dilthey, el de la concepción del mundo ligada a las condiciones históricas y enraizada en la vida misma.
Frente a la concepción de la filosofía ceñida por valores, en el siglo XX, Husserl propone la filosofía como ciencia estricta: una ciencia radical, abocada a las cosas mismas, capaz de traducir racionalmente los presentimientos en profundidad, de criticar todo tipo de presupuestos y de elaborar un método que permitiese la investigación de nuevos conceptos. El método fenomenológico de Husserl se opone al planteamiento crítico kantiano, enraizado en la dualidad sujeto-objeto, y da suprema importancia al problema del método.
El neorrealismo y el neopositivismo anglosajones profundizan la función analítica de la filosofía, que, para Wittgenstein, consiste en explicar las interrelaciones entre conocimiento y mundo mediante el análisis del lenguaje y su triple función: “terapéutica” o de discernimiento de pseudoproblemas, “sistemática” o de establecimiento de lenguajes o sistemas, y de “fundamentación lógica de la ciencia” o de estudio sintáctico del lenguaje científico.
Russell, para quien la filosofía da la unidad y el sistema del cuerpo de las ciencias y surge del examen crítico de las convicciones, los prejuicios y las creencias del hombre, reconoce también a la filosofía la finalidad de formar cosmovisiones, aunque él mismo no lo hace, pues considera que el valor del filosofar es ofrecer una contemplación desinteresada del universo para vincular la Humanidad.
Para el existencialismo, la filosofía se centra en la subjetividad y en la situación concretas, en la relación del individuo con el mundo y los otros y en los elementos-límite de la existencia (muerte, nada, opción, angustia, etc.) y manifiesta una desconfianza general hacia los conceptos más tradicionales de la metafísica (como los de esencia y substancia).

Actualmente, la filosofía, enmarcada dentro de la gran interconexión contemporánea del saber, mantiene, como tareas características, la investigación de las condiciones del conocimiento, el estudio de las relaciones profundas de los fundamentos de la ciencia, la elaboración de un cuerpo reflexivo sobre los actos y las relaciones humanas, y la clarificación de las actitudes metodológicas. La filosofía, como dimensión radicalmente crítica respecto a los peligros de la deshumanización (por el avance tecnológico) y de la despersonalización (por la estructuración social y política), se perfila fundamentalmente como antropología filosófica.

La filosofía antigua.
El espíritu científico nació entre los primeros filósofos griegos en las colonias jonias del siglo VI aC. En el problema del origen de las cosas sustituyeron los mitos de procedencia oriental por la noción de una sustancia permanente y de una ley del devenir. Tal sustancia era para unos el agua (Tales), para otros el aire (Anaxímenes), o el fuego (Heráclito), o el indefinido (Anaximandro).
Demócrito, a finales del siglo V, dio una formulación nueva a las nociones de una sustancia permanente y de una ley del devenir: el atomismo, que reduce todos los cuerpos a partí­culas indestructibles, que los constituyen o los disuelven con sus encuentros o choques.
En el otro extremo del mundo griego, en Sicilia y en la Magna Grecia (Italia meridional), los pitagóricos aportaron a nuestra civilización uno de sus caracteres decisivos: el desarrollo de las matemáticas, y la idea de aplicarlas al conocimiento de la naturaleza.
Parménides de Elea estableció la absoluta unicidad e inmovilidad del ser y su discípulo Zenón de Elea ilustró esta teoría con sus famosas aporías.
En el siglo transcurrido desde el término de las guerras médicas (449 aC) y la muerte de Alejandro (323 aC) se introdujo la filosofía en la Grecia metropolitana y, más especialmente, en Atenas. Sócrates, Platón y Aristóteles vivieron en esta época y su aportación a la tradición filosófica de Occidente fue particularmente importante. Sócrates (470-399) reflexionó sobre el hombre y las costumbres; su discípulo Platón (429-348) escribió el primer corpus de obras escritas, los Diálogos, sobre los temas de la existencia de la verdad, el mundo de las esencias, no accesible por los sentidos sino sólo al entendimiento a través de las ideas, todo ello con un sentido hipercrítico que daba un tono escéptico a su pensamiento, lo que explica que a partir del siglo III aC, con sus discípulos Arcesilao y Carneades, la Academia platónica desembocase en un escepticismo humanista; por su parte, su discípulo Aristóteles (384-322), al principio un platónico convencido, evolucionó hasta formar una escuela nueva, el Liceo. El corpus aristotélico consiste sobre todo en notas de enseñanza y resúmenes de sus oyentes, recopilados y editados por Andrónico de Rodas en el siglo I aC. Aristóteles investigó las leyes del pensamiento humano (lógica), pero se limitó a lo universal y abstracto, pues el estudio de lo particular y concreto quedó para él fuera del objeto de la ciencia en este sentido, continuaba siendo un platónico. Resolvió el equívoco más importante de la filosofía presocrática al afirmar el carácter análogo del ser. Para explicar el mundo físico introdujo la teoría de las cuatro causas (formal, material, eficiente y final) y sostuvo que todo individuo está compuesto de materia y de forma (hilomorfismo). Para explicar el cambio elaboró el concepto de potencia. La metafísica aristotélica, concebida como mediación entre el ser y el no-ser, permite, así, afirmar racionalmente la permanencia y el cambio, que los eleatas habían sostenido como mutuamente excluyentes.
En la época helenística, después de Aristóteles, la filosofía griega llegó al zenit del antropocentrismo iniciado con los sofistas y Sócrates. La crisis de la civilización de las pequeñas polis comportó, empero, una mutación de las motivaciones del pensamiento: los intelectuales se dedicaron a la ciencia pura en Alejandría o Pérgamo, o a una filosofía que huía de los problemas de su época. La metafísica de Aristóteles, que respondía a problemas del pasado, no fue refutada, pero sí abandonada, de modo que el Liceo peripatético quedó reducido a un pequeño círculo de especialistas, en contraste con el auge de la Academia platónica y de las otras escuelas socráticas.
Las aportaciones de las escuelas de sabiduría del estoicismo, del epicureísmo y el escepticismo produjeron un impacto fortísimo. Coincidían en la búsqueda de una felicidad estable e indefectible, independiente de las circunstancias externas de fortuna o de salud, de la comunidad política y de sus revoluciones.
El estoicismo (de Stoa, pórtico) fue el sistema que mejor caracterizó a la época helenística. Su iniciador fue Zenón de Citio (336-264), de origen fenicio, profundamente influido por las categorías semitas. Durante el imperio romano fue el movimiento filosófico dominante.
El estoicismo trata de conseguir la felicidad incorporando el hombre al mundo de que forma parte, en un inmersión en la realidad, en un «vivir de acuerdo con la naturaleza». El sistema estoico se sustentaba sobre una explicación de la naturaleza (física) y una teoría de la demostración práctica (lógica inductiva), y volvió al concepto unitario del universo propuesto por los presocráticos jonios: el todo es el logos, identificado con el fuego, la providencia o el espíritu (pneuma), mientras que la realidad (incluido el hombre) es una variada manifestación de este logos.
Epicuro (341-270) funda el epicureísmo, que, por contra, huye de la realidad, quiere eliminar las grandes inquietudes que impiden la felicidad humana: el miedo a los dioses, al dolor y a la muerte. Su ética, un hedonismo razonable y moderado, entiende la felicidad como el placer, en el sentido de un estado permanente, sin perturbaciones, que consiste principal­mente en la ausencia del dolor. La física epicúrea introduce la noción de libertad en el atomismo de Demócrito. Durante el imperio romano fue un movimiento filosófico prestigioso, aunque minoritario.
El escepticismo de Arcesilao y de Carneades, miembros de la Academia platónica, trata de llegar a la tranquilidad del alma con una visión del mundo que no resulte opresiva, sino que permita la liberación interior; dejaba al hombre en el mundo, pero le liberaba de él.
El mundo romano recibió notablemente las enseñanzas de los estoicos (el movimiento dominante) y epicúreos, pero, durante el siglo II dC, se iba sumergiendo en supersticiones orientales. Surgieron varios neomovimientos como el neopitagorismo, el platonismo medio o el estoicismo tardío, que influyeron en una amplia variedad de movimientos filosófico-religiosos que incorporaban categorías filosóficas helenísticas, pero con una actitud fundamentalmente religiosa: el zoroastrismo bajo la forma del mitraísmo y el maniqueísmo, el isismo, el cristianismo, el gnosticismo o el hermetismo. En tales circunstancias, la sabiduría helénica experimentó un último sobresalto e, invocando a Platón, dio el último gran movimiento filosófico de la Antigüedad, el neoplatonismo iniciado por Plotino (203-270), quien consiguió sintetizar el platonismo y la nueva religiosidad en un sistema cerrado y total, una metafísica complicada pero que puede considerarse como fuente de todas las metafísicas medievales y aun modernas, pues influyó en los pensadores cristianos, tanto orientales (Areopagita, Máximo), como occidentales (Agustín o el tardío Juan Scoto Erígena). Plotino, en suma, con su idealismo total y reflexivo, cierra la filosofía griega, que se había iniciado bajo un idealismo ingenuo.

La filosofía medieval.
El cristianismo aportó una nueva teoría del destino humano. Los apologetas de la Iglesia primitiva entraron en polémica con la filosofía y la cultura paganas, pero terminaron por servirse de ellas. Entre los Padres de la Iglesia, la primera gran personalidad filosófica fue san Agustín, que unió a su gran humanidad un profundo conocimiento del estoicismo y el neoplatonismo.
Mas el pensamiento filosófico no hubiera acabado de aflorar por encima de la crisis de los primeros siglos del Medievo en la cristiandad occidental sin el estímulo de los pensadores orientales. Avicena asimiló e interpretó el pensamiento de Aristóteles como centrado en el ser en general, hasta el punto de que, para Avicena, la creación es un proceso eterno. Todavía más influyente en el pensamiento cristiano fue el cordobés Averroes. Otro cordobés, el hebreo Maimónides, introdujo en este aristotelismo musulmán una serie de modificaciones que lo iban a hacer asimilable por los cristianos; fundamentalmente negó la tesis de la necesidad del ser, de modo que Dios, aun siendo necesario, es libre, tiene providencia de lo singular y ha creado el mundo en el tiempo; al mismo tiempo el hombre es libre para conocer y para obrar.
El agustinismo medieval, iniciado por san Anselmo, autor del controvertido “argumento ontológico” en favor de la existencia de Dios, llegó a su culminación en san Buenaventura (1221-1274), para quien el conocimiento intelectual se debe a la iluminación divina. El aristotelismo cristiano vacilante de san Alberto Magno (c. 1193-1280) llegó a triunfar plenamente en Occidente con la gran síntesis de su discípulo santo Tomás de Aquino.
Tomás de Aquino, pese a afirmar que la filosofía es esclava de la teología, negó la posibilidad de nuevos conflictos entre la fe y la razón, pues ambos son criaturas de Dios; su teoría tiene como base que el conocimiento se inicia en los sentidos y mediante la abstracción el alma se identifica con la forma sustancial de lo conocido; en metafísica sostuvo que cada ente es «un acto de ser», participado de la entidad de Dios, en el cual, a diferencia de las criaturas, no es distinguible la esencia de la existencia; rechazó el argumento ontológico y sólo admitió las pruebas a posteriori de la existencia de Dios, llamadas las cinco vías.
Frente al intelectualismo tomista surgió el voluntarismo, como reacción de los agustinianos. Tal es la doctrina de Duns Scoto, quien desgajó el saber escolástico en lo teórico y en lo práctico. Fue Guillermo de Occam quien inició el proceso de disolución del pensamiento escolástico.

La filosofía de la Edad Moderna.
El sorprendente desarrollo de las ciencias matemáticas y de la naturaleza, que, a partir del Renacimiento, reanudaban una tradición casi abandonada desde Arquímedes y tímidamente restaurada por los nominalistas del siglo XIV, creó nuevas condiciones para el desarrollo de la filosofía, que elevó a un primer plano la cuestión acerca del método.
Francis Bacon trató de crear una nueva lógica, que permitiese llegar más lejos en el estudio de los secretos de la naturaleza.
René Descartes, apasionado por el problema de la certeza, investigó sobre todo las condiciones de una filosofía exenta de dudas. Su pensamiento es, sobre todo, reflexión: consiste en el aislamiento del espíritu, a fin de no dejarse subyugar por opiniones inciertas, procedentes de la percepción sensible, el medio social o la tradición. La espontaneidad de la razón, la libre iniciativa de la reflexión, que eleva al hombre más allá de los prejuicios y las pasiones, son los temas esenciales introducidos por Descartes en el pensamiento moderno.
Spinoza consideró que el grado supremo del conocimiento es el más alto grado de libertad y de unión íntima con Dios.
Leibniz opinó que Dios crea el mejor mundo de los posibles por subordinar su voluntad a su entendimiento. Hay una unidad intelectual de la Humanidad, que se transforma en unidad religiosa y política.
John Locke admitió la unidad intelectual de la Humanidad, pero negó el carácter innato de las ideas. Fundó el empirismo moderno, al hacer nacer las ideas de la mera combinación de sensaciones.

La filosofía de la Ilustración.
El siglo XVIII es considerado el “siglo de las luces” o de los filósofos. El regreso a la naturaleza y lo natural es una consigna general de la época.
Rousseau sitúa el origen de la autoridad en un contrato análogo al que, en derecho civil, constituye una sociedad, al servicio de la cual ciertos individuos ponen su actividad dentro de los límites señalados por el acta de constitución.
El finalismo (teleología), muy difundido en el siglo XVIII, es una doctrina metafísica que ve al universo como un orden de fines que las cosas tienden a realizar.
La Ilustración parece estar dominada por el prurito del análisis; en tales condiciones apenas llega a esbozar síntesis como la Enciclopedia, que trata de recoger todos los resultados ad­quiridos por las ciencias y las técnicas. En el siglo XVIII a la filosofía no podía darse más unidad que la proporcionada por la crítica, es decir, el examen de todos los aspectos de la civilización, las ciencias, la religión, la moral, el arte. Tal fue la obra emprendida por Kant, que trata de fundamentar sobre la universalidad de las formas a priori el carácter a la vez universal, necesario y progresivo de la ciencia y de la filosofía, siempre que a esas formas se unan contenidos procedentes de la experiencia. El pensamiento kantiano es a la vez una metafísica trascendental, una teoría de la ciencia y una filosofía práctica, que abre una nueva era en el pensamiento occidental.

El idealismo alemán.
La metafísica de la razón legada por Kant servirá de base al idealismo, es decir, la serie de sistemas construidos por Fichte, Schelling y Hegel. Todo el conjunto de reflexiones prácticas que se desarrollan a través del idealismo del siglo XVIII se prolonga hasta la segunda mitad del siglo XIX y, a través del llamado hegelianismo de izquierda, hasta el marxismo.

El positivismo.
Por su parte, Auguste Comte intentó fundamentar con su positivismo la previsión y la organización de las formas sociales futuras, basadas no en el utopismo, sino en el realismo.

La filosofía del siglo XIX.
La creencia en la creatividad, la libre iniciativa y la imprevisibilidad de lo personal alcanza su máxima importancia en el pensamiento de Bergson, para quien el individuo se convierte en instrumento de la creación absoluta de valores nuevos y universales, superadores de todo anquilosamiento.
Es posible distinguir en el estado actual del pensamiento filosófico al menos dos grandes orientaciones: por un lado, una filosofía de la ciencia y, por otro, una filosofía del hombre. Asimismo, la filosofía está enjuiciando su propio lugar en el conjunto del saber.

La filosofía de la ciencia.
La filosofía de la ciencia está constituida por investigaciones en las que a los filósofos y a los lógicos se asocian tanto los matemáticos como los físicos y los biólogos. Se trata de conseguir la organización del conjunto de los conocimientos. Los acelerados de la tecnología y de las ciencias humanas no han sido logrados por simple adición, sino mediante el regreso y el ejercicio de la reflexión sobre una serie de principios que se creían sentados de una vez para siempre. Ya no se admiten los axiomas en virtud de su evidencia, que puede ser engañosa, sino de su función, es decir, de la eficacia que tengan a la hora de demostrar teoremas. También el principio del determinismo, que prescribía que unos hechos físicos determinasen a otros según las leyes fijas, deja de ser considerado como un principio universal, pues al extenderse la experiencia a las partículas elementales han aparecido casos en que tal principio no es aplicable en su formulación acostumbrada. Tal crítica de los principios se ha extendido a la lógica (Russell, Wittgenstein), de modo que ciertos tratadistas han creado sistemas lógicos con proposiciones que no son verdaderas ni falsas; o, con el neopositivismo, han entendido que el valor de las leyes lógicas no es necesario, sino consecuencia de las reglas convencionalmente adoptadas para construir el lenguaje con que se las expresa, que las proposiciones no tienen más sentido que el proceso de su verificación.
La fenomenología es otro esfuerzo por fundamentar el método científico y convertir a la filosofía en una verdadera ciencia, tan unánime y progresiva como las demás. La fenomenología fue iniciada por Franz Brentano y desarrollada por Edmund Husserl, que propugna una nueva concepción de la relación sujeto-objeto. La fenomenología afirma la «intencionalidad» de la conciencia, es decir, el hecho de que apunta hacia el objeto, cuya esencia se hace así intuitivamente accesible al sujeto.
En los últimos decenios la nueva filosofía de la ciencia se aleja del neopositivismo.

La filosofía del hombre.
La filosofía del hombre se alimenta de distintas corrientes, como el idealismo de La Senne, el espiritualismo de Lavelle, la fenomenología de Max Scheler, y, sobre todo, el existencialismo, que arranca del teólogo danés Soren Kierkegaard y que eclosiona en Alemania en el periodo de entreguerras, con Karl Jaspers y Martin Heidegger, llegando a Francia en la posguerra con Jean-Paul Sartre y Maurice Merleau-Ponty. El existencialismo pretende usar el método fenomenológico y trata de redescubrir, más allá de las tradiciones, costumbres y conveniencias, al hombre en toda su desnudez y soledad, sus incoherencias, miserias y angustias; sostiene que el hombre está “comprometido” en un género de vida determinado y en una “situación” que le imponen responsabilidades; para el existencialismo todo compromiso es arbitrario, injustificable por la razón y, de este modo, completamente libre.
La característica más relevante de la filosofía actual es la de moverse en un ambiente de crisis. Una crisis que se basa en problemas profundos: uno, intrínseco, es el de si la filosofía tiene un objeto propio; otro, extrínseco, es el del lugar que la filosofía ocupa o debe ocupar en el conjunto del saber.

La cuestión actual del objeto de la filosofía.
En el transcurso de la historia del pensamiento se han dado las más variadas respuestas a la cuestión del objeto de la filosofía, sin poner jamás en duda que la filosofía tu­viera un objeto propio y específico, perfectamente distinto y distinguible del de cual­quier otro tipo de saber. Si la metafísica no puede en ningún caso ofrecer unos resultados seguros al modo de la ciencia, toda la filosofía en bloque carece de fundamento, y su posible objeto de estudio deviene algo meramente quimérico, que se define de antemano como incognoscible en sí mismo. La filosofía de la primera mitad del siglo XX se mostró muy sensible a esta problemática y no faltaron intentos de salvar el escollo recurriendo a la instauración de nuevas metafísicas, como la fenomenología de Husserl, el atomismo lógico de Russell y Wittgenstein, la ontología de los valores de Max Scheler y Nicolai Hartmann o el existencialismo de Heidegger y Sartre. En toda esta disparidad de tendencias y doctrinas latía el mismo propósito: dotar a la filosofía de un objeto propio, objetivamente accesible al conocimiento humano.
Para los neopositivistas sólo dos tipos de proposiciones ofrecen verdadero conocimiento y son, por tanto, “significativas”: las proposiciones analíticas y las proposiciones empíricas. Los enunciados de la metafísica y de las restantes disciplinas filosóficas tradicionales, que no pertenecen a ninguno de estos dos tipos, carecen por completo de sentido. En consecuencia, no puede hablarse de un objeto propio de la filosofía y la tarea de esta debe limitarse al análisis lógico de las proposiciones científicas.
El estructuralismo propone a la filosofía un nuevo método, pero niega asimismo lo específicamente filosófico, reduciéndolo a lo antropológico cultural.
Todas estas tendencias (desde la fenomenología al neopositivismo y al estructuralismo) coinciden en concebir la filosofía como una «actividad».

La cuestión actual de la función de la filosofía.
El problema de la función de la filosofía sigue siendo motivo de amplios debates. Hay dos posiciones: la cientificista y la de compromiso.
Las corrientes cientificistas pretenden elevar la filosofía al rango de la ciencia; su formulación más genuina es la del neopositivismo clásico, que propugnaba la reducción de toda la filosofía al análisis de las proposiciones y métodos científicos; otras corrientes son la del análisis del lenguaje corriente o el estructuralismo.
Las corrientes del compromiso defienden que la filosofía debe ser, ante todo, una actitud de compromiso con el hombre individual, concreto, o con la sociedad en cada una de sus circunstancias históricas, también concretas. Entre estas corrientes destacan el existencialismo, el personalismo y el marxismo, que coinciden en entender la filosofía como una actividad transformadora de la sociedad y de la historia y no como una actividad meramente contemplativa o especulativa.

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